martes, 15 de abril de 2014

1.

Quiero hablar de un poema.
De un poema soñado, de un poema escrito, de un poema vivido y de un poema perdido. De un poema copiado, de un poema devuelto y de un poema abandonado. Quiero hablar de la muerte de un poema.

Aún recuerdo el día en el que mi poema se murió, igual que recuerdo el momento en el que perdí la fé en la poesía. Yo una vez amé, y él también me amó aunque nunca me lo dijo. Y cuando él dejó de hacerlo, yo no sabía cómo, pues todavía pensaba en el poema. Los más tristes ojos me miraron fijamente y dejaron escapar una frase que se me clavó en el alma como un puñal: "Lo siento, Lucy". Aún la recuerdo y se me ponen los vellos de punta, todavía la herida está por cicatrizar.
"¿Cómo que ya no me quieres? ¿Y qué pasa con la poesía?" me decía para mis adentros. No era capaz de entender por qué para amar hay que pedir permiso, pero no para dejar de hacerlo; y lloraba, porque yo no sabía andar si él no me cogía de la mano.
No estaba sola, tenía a mucha gente a mi al rededor, pero sin embargo la soledad se apoderaba de mí. Y todo por jugar a ser mayor, por mi costumbre de querer crecer antes de tiempo. Yo no podía dejar de llorar, y él tampoco se contenía el llanto. No me amaba, pero me quería, y por eso se le escapaban las lágrimas aquella tarde en aquellos escalones en los que una vez sonreímos, justo al otro extremo de la plaza que nos vio besarnos por primera vez. Y yo lo consolaba, yo me tragaba mi tristeza para intentar remediar la suya, porque yo sólo quería que fuera feliz. 
Tras un último beso, el más triste beso que jamás haya sido dado; y tras una triste mirada, más triste aún que aquel beso, él se fue por su camino y yo por el mío. Entonces me entró miedo, porque no sabía qué hacer con toda esa multitud de recuerdos y de momentos por vivir. No sabía dónde guardarme el amor, dónde guardarme todos los besos que aún no le había dado, y me sentía ahogada. Esa noche no podía dormir, me aterrorizaba la idea de soñar que la tarde anterior nunca ocurrió, así que tuve que ayudarme de pastillas.
Y pensar que llegó a mi vida cuando yo tenía los ojos fijos en otra persona, en otro Bobby distinto. Que yo no me interesé por él hasta que lo vi sonreír, y entonces me fijé en sus ojos verdes y se me olvidó que había otro Bobby que nunca me iba a querer. Él era Black Sabbath, y yo era Led Zeppelin, pero a mí me gustaba así. "Eh, Janis, aquí tienes a tu Bobby McGee" dijo un amigo nuestro, sin saber realmente lo acertado que había sido su comentario.
El verano de 1972 fue agridulce, en ese orden. Él me sacó del agujero en el que estaba, y me decía que lo mismo había hecho yo con él. Mis manos al lado de las suyas eran muy pequeñitas, pero sólo 5 años eran los que nos separaban realmente. Era precioso llegar a casa tras haberlo visto y encontrarme mil mensajes con las cosas más bonitas del mundo, y que nadie creería que habían sido escritas por él, Bobby Marriott. 
Todo era So Happy Together, una y otra vez, y darnos la mano y que todos mirasen. Abrazarnos pero nunca besarnos. Encantarnos, echarnos de menos, querernos sin hablar. Estábamos hechos el uno para el otro.
Esperamos hasta el 7 de agosto para que ocurriese. Pensé que él perdía el interés, él pensaba lo mismo, pero no cesaban las ganas de conocernos a la perfección mutuamente. Era una tarde hermosa, una tarde en la que todo era perfecto. Y fue más perfecto cuando en la Central Square, justo en el extremo opuesto a los escalones en los que llegó lo nuestro a su fin, me besó. Miento, aquello no fue un beso. Aquello fue un poema escrito con los labios.